Tres cuentos leoneses en La Habana de Alfonso García Rodríguez
** ¿Qué puedo decir de mi Habana? bueno sí, que es una de mis pequeñas grandes utopías, me gustaría quedarme un tiempo, pero de momento ni Fidel me deja quedarme, ni Mariano irme, digamos que sigue siendo una de mis utopías del día a día.
Alfonso en sus Tres cuentos leoneses en La Habana nos cuenta alguna que otra historia leonesa en La Habana, donde aún vive el mítico Genarín o donde una serie de curiosos personajes celebran la primera botillada, incluso el Che en los primeros tiempos de la Revolución conoce a una leonesa donde el autor de estos cuentos dice que "compartirán algo más que palabras", en fin estoy deseando tener estas historias en mis manos.
Por cierto cuando visitamos Regla el señor que cuida el lugar nos contó que descendía de la montaña esa es otra historia".
de León, el lugar en sí tambien tiene mucho que ver con León, pero como dice Moustache el camarero de la película Irma la dulce "
de León, el lugar en sí tambien tiene mucho que ver con León, pero como dice Moustache el camarero de la película Irma la dulce "
15 de Diciembre a las 20:00h presentación del libro "Tres cuentos leoneses en La Habana"
Lugar: Club de Prensa de Diario de León (Entrada por C/ Fajeros,2)
Intervienen:Alfonso García (Autor)
Joaquín S. Torné (Director del DIARIO DE LEÓN
Nicolás Miñambres (Profesor y Crítico Literario)
Héctor Escobar (Editor)
Joaquín S. Torné (Director del DIARIO DE LEÓN
Nicolás Miñambres (Profesor y Crítico Literario)
Héctor Escobar (Editor)
Post publicado en el periódico digital iLeon.com
Corazón de mango
Huele a mar el aire sereno y fértil de La Habana,
a silencios encendidos que esconden sus misterios en el verde corazón
del pálpito de las aguas que anuncian horizontes.
Ciudad y mar
bajo una lluvia torrencial que ilumina gestos y miradas
en las dulces palabras de amor que llenan de luz los soportales.
Caminan con sabia lentitud las mujeres, que llevan en los ojos
el color del mar, del cielo, del aire, del sol o de la miel.
Cuando regreso,
regreso al laberinto azul de la memoria. Al origen sereno de la lluvia
que llega hasta el alma con el inconfundible olor de sus raíces
cuando convierte en barro el polvo sediento del verano.
Huele a tierra en el corazón feliz de aquellos días de risas redondas
como el mundo. Y viajo sin destino conocido en el vértice del cariño de los míos.
Me cobijo bajo los corredores de madera apuntalados en el aire.
Ay, Dios mío, el agua siempre, siempre el agua temblándome en las manos.
Dibujo en La Habana la geometría de las frutas, las mariposas y los besos.
Y regresan al Malecón las gaviotas
que anuncian otros tiempos, nuevos mares.
La caricia del perfume
de estos vientos se derrama sobre el aliento envejecido de sus calles.
Resplandece la luz húmeda del mediodía.
Siento el calor de los abrazos
de esta gente que ya es mía al proclamar los mismos nombres.
Habitamos los espacios de tantas dudas y de idénticas certezas.
Sólo quiero saber ahora hasta dónde huele el alma compartida.
¿Conoce alguien los aromas que destilan los surcos de la sangre?
¿Quién sabe qué fragancias esculpen los caminos interiores?
Certifico,
con la solemnidad serena de quien agita su palabra bajo la bóveda del Capitolio,
que yo tengo corazón de mango. Hoy tengo corazón de mango, amor,
y contemplo la ciudad desconchada y amorosa con el olor nómada del sándalo.
La recorro piedra a piedra
desde los ojos luminosos de una piel sembrada en la ternura.
El mango brilla en la transparencia de sus ojos. Sabor canela. Y es húmeda
la mirada azul y la sonrisa entristecida. Mulata vacía ya de sueños,
los dejó atrapados en la cresta de las olas que ponen fin al horizonte.
Cuando regreso,
la tristeza se nutre del corazón de las rocas que me acechan.
Es Nochebuena,
la desolación tiene cabeza de víbora. Y, sin embargo,
los mangos siguen llenando con su perfume el mundo.
Me siento extraño entre los míos,
tan extraño como las estrellas en un atardecer de niebla.
El tiempo
es un tirano del amor y sus misterios en este punto único del mundo.
La nieve brilla sobre la noche incierta. Hay soledad vegetal en los cristales.
Seguro que a estas horas en La Habana
huele a asfalto, a orines y harinas horneadas.
Y en el recuerdo, almendros, pomos y jazmines. Quién sabe
si no se harán los olores invisibles o se marchitarán para siempre las mimosas.
Pero la tentación está siempre en la dulzura de los mangos.
En el inconfundible olor de las miradas que me habitan.
a silencios encendidos que esconden sus misterios en el verde corazón
del pálpito de las aguas que anuncian horizontes.
Ciudad y mar
bajo una lluvia torrencial que ilumina gestos y miradas
en las dulces palabras de amor que llenan de luz los soportales.
Caminan con sabia lentitud las mujeres, que llevan en los ojos
el color del mar, del cielo, del aire, del sol o de la miel.
Cuando regreso,
regreso al laberinto azul de la memoria. Al origen sereno de la lluvia
que llega hasta el alma con el inconfundible olor de sus raíces
cuando convierte en barro el polvo sediento del verano.
Huele a tierra en el corazón feliz de aquellos días de risas redondas
como el mundo. Y viajo sin destino conocido en el vértice del cariño de los míos.
Me cobijo bajo los corredores de madera apuntalados en el aire.
Ay, Dios mío, el agua siempre, siempre el agua temblándome en las manos.
Dibujo en La Habana la geometría de las frutas, las mariposas y los besos.
Y regresan al Malecón las gaviotas
que anuncian otros tiempos, nuevos mares.
La caricia del perfume
de estos vientos se derrama sobre el aliento envejecido de sus calles.
Resplandece la luz húmeda del mediodía.
Siento el calor de los abrazos
de esta gente que ya es mía al proclamar los mismos nombres.
Habitamos los espacios de tantas dudas y de idénticas certezas.
Sólo quiero saber ahora hasta dónde huele el alma compartida.
¿Conoce alguien los aromas que destilan los surcos de la sangre?
¿Quién sabe qué fragancias esculpen los caminos interiores?
Certifico,
con la solemnidad serena de quien agita su palabra bajo la bóveda del Capitolio,
que yo tengo corazón de mango. Hoy tengo corazón de mango, amor,
y contemplo la ciudad desconchada y amorosa con el olor nómada del sándalo.
La recorro piedra a piedra
desde los ojos luminosos de una piel sembrada en la ternura.
El mango brilla en la transparencia de sus ojos. Sabor canela. Y es húmeda
la mirada azul y la sonrisa entristecida. Mulata vacía ya de sueños,
los dejó atrapados en la cresta de las olas que ponen fin al horizonte.
Cuando regreso,
la tristeza se nutre del corazón de las rocas que me acechan.
Es Nochebuena,
la desolación tiene cabeza de víbora. Y, sin embargo,
los mangos siguen llenando con su perfume el mundo.
Me siento extraño entre los míos,
tan extraño como las estrellas en un atardecer de niebla.
El tiempo
es un tirano del amor y sus misterios en este punto único del mundo.
La nieve brilla sobre la noche incierta. Hay soledad vegetal en los cristales.
Seguro que a estas horas en La Habana
huele a asfalto, a orines y harinas horneadas.
Y en el recuerdo, almendros, pomos y jazmines. Quién sabe
si no se harán los olores invisibles o se marchitarán para siempre las mimosas.
Pero la tentación está siempre en la dulzura de los mangos.
En el inconfundible olor de las miradas que me habitan.
Por Alfonso García Rodríguez
Irma.-
A disfrutar del acto, un abrazo!
ResponderEliminarHabaneando...
EliminarAbrazote utópico, Irma.-
Me parece muy bueno, a disfrutarlo y divertirse.
ResponderEliminarEstupendo ese "Corazón de mango" y la foto de la Habana!!
ResponderEliminarUn abrazo
La Habana en sí es toda ella una foto, bueno digamos que toda Cuba y su gente.
EliminarAbrazote utópico, Irma.-